Al año siguiente, consciente de su importante valor bélico, ofreció su casual descubrimiento primero al Ministerio de la Guerra y después al de Marina, sin embargo el gobierno de Sagasta se mostró poco entusiasmado con un proyecto tan peligroso como aquel que no habría hecho más que prolongar la Guerra hispano-estadounidense recién comenzada –guerra que, a tenor de los últimos descubrimientos históricos como el del manuscrito inédito del Ministro Ramón Auñón, parecía querer perderse por oscuras razones económicas–. Sabedor el propio Daza de que tales deseos estaban detrás del desdén con que las autoridades políticas y militares habían maltratado su invento, recogió su desilusión en una carta dirigida al pirotécnico bilbaíno Juan de Anta: «He tenido la poca suerte de llegar a ésta en momentos en que algunos creen que debemos ir a la paz a toda costa, y que bajo esa idea consideran inoportunas las esperanzas que las ventajas del Toxpiro pueden despertar» (Insiste Daza, 1898, p. 3).
Solo la población española, inflamada por un ardor patrio que los movía a respaldar cualquier invento que ayudara a ganar la guerra contra los “yanquis”, le prestó su apoyo sucediéndose las suscripciones populares para el desarrollo del arma; también lo hizo el Centro del Ejército y de la Armada, que incluso creó una comisión que abalaba el invento de Daza. Desde hacía dos años era vocal de este Centro, o asociación de militares, un teniente de infantería llamado Antonio Meulener y Verdeguer, algecireño de espíritu inquieto e inventor autodidacta y muy bien considerado entre los otros militares y dentro del Partido Liberal (Noticias, 1898, p. 2) que en esos momentos conformaba el Gobierno.
Ocho años más joven que Daza, Antonio Meulener había nacido en Algeciras en 1861 en un ambiente castrense, por lo que pronto se decidió a seguir los pasos de su padre, comandante de La Línea, y en 1877 ingresó en la Academia de Infantería de Toledo.
En 1885, siendo alférez del Batallón del depósito de Algeciras presentó en Madrid en el Centro del Ejército y de la Armada su primer invento patentado, el Bastón Meulener (Ateneos y sociedades, 1885, p. 3; Noticias generales, 1885, p. 2), un estuche multiusos que contenía instrumentos de precisión para oficiales e ingenieros militares. Algunos de los periodistas allí reunidos dieron buena cuenta de su personalidad extrovertida:
El joven alférez es un orador de facilísima palabra, muy suelto al par que modestísimo. Su lenguaje sencillo, le atrajo las simpatías del auditorio, y al terminar, las felicitaciones de sus compañeros le demostraron que ha empezado para él la hora de recoger el fruto de largos trabajos y no pequeños sinsabores. (En el Centro Militar, 1885, p. 2).
Y realmente fue así, ya que ese mismo año fue promovido al rango de teniente de infantería y el bastón de su invención comenzó a elaborarse en los talleres militares de Zaragoza (Noticias militares, 1885, p. 3; Crónica científica, 1885, p. 4).
En 1888 vio la luz un nuevo invento, esta vez mecánico, para la impresión de periódicos. Ese mismo año lo encontramos en el Círculo Mercantil de Madrid dando una conferencia sobre las pinturas ignífugas inventadas por su paisano Juan Custodio Fernández, profesor de química y matemáticas (Círculo mercantil, 1888, p. 3) y que él se encargaría de mejorar dos meses más tarde.
La labor inventora de Meulener no se detuvo y en 1892, siendo teniente de infantería y segundo ayudante del Comandante General José Gamir en la Comandancia General del Campo de Gibraltar (Anuario militar de España, 1892, p. 79) patentó un cubierto militar (Boletín oficial de la propiedad intelectual e industrial, 1892, p. 13). En 1894 se convirtió en uno de los secretarios del Centro del Ejército y de la Armada (Centro Militar, 1894, p. 2; Noticias, 1894, p. 2) y dos años más tarde fue nombrado vocal (Sección de noticias, 1896, p. 2) además de representante de la Asamblea Suprema de la Cruz Roja en Zaragoza (Asamblea Federal, 1896, p. 2), lo que demuestra su carácter filantrópico.
En 1897 realizó una nueva patente, en este caso de un bombín dulce de café extra (Registro de patentes, 1897, p. 12). Por esas mismas fechas, otro inventor, el ya mencionado Manuel Daza, presentaba en el Ministerio de la Guerra su peculiar explosivo bautizado como Toxpiro y que fue desarrollado durante todo ese año en la Real Fábrica de Artillería de Sevilla y posteriormente probado en Murcia con resultados de velocidad muy satisfactorios que, por desgracia para su inventor, no se repitieron en el campo de tiro de Carabanchel por supuestas deficiencias de construcción que obligaron a Daza a retirar el proyecto. El día 23 de abril de 1898 España entraba en guerra contra los EE.UU., lo que movió a Manuel Daza a presentar una versión mejorada del Toxpiro, esta vez al Ministerio de Marina. Una comisión nombrada ex profeso pudo verificar en el campo de tiro de Carabanchel la viabilidad del artefacto que, sin embargo, carecía de precisión. Los trabajos de perfeccionamiento se llevaron a cabo en la Fábrica de armas de Trubia –Asturias– y posteriormente en la Maestranza de Artillería de Sevilla, donde -y aquí viene lo interesante- la colaboración entre Daza y un teniente de artillería del que no se da el nombre proporcionó «excelentes resultados» (El cohete Daza, 1898, p. 1). Ese misterioso teniente no debió de ser otro que Antonio Meulener, muy aficionado a la balística desde su paso por la Academia de Infantería de Toledo (Moreno Nieto, 1973, p. 211).
A finales de junio la prensa habló de dos pruebas simultáneas realizadas por Daza con su Toxpiro: una en Cádiz, a bordo del acorazado Pelayo, y otra en Guadix, en las estribaciones de Sierra Nevada, solo en esta última parecía probada la presencia del murciano ¿era entonces un error de la prensa o una fake new de la época? En el artículo que nos publicara en la web la Revista Desperta Ferro con el título El toxpiro, un cohete para 1898 pensábamos que así era, sin embargo ahora nos decantamos porque sí se desarrollaron las dos experimentaciones simultáneas, solo que la de Cádiz estuvo dirigida, y esto se mantuvo en secreto, por el teniente Meulener y la experiencia fue como sigue:
En una barcaza fueron colocados dos caballos, cuatro mulas y dos bueyes. La embarcación donde iban las personas que verificaron la experiencia se alejó 500 metros […] fue lanzado el proyectil Daza, que se vio caer a unos treinta metros del lugar […]. Pasado algún tiempo los experimentadores se acercaron […] y pudieron comprobar que los animales estaban muertos y que sus cuerpos, así como la barcaza, permanecían intactos. Si estas noticias son ciertas, el explosivo Daza debe contener un gas deletéreo, denso y difusible (Daza, 1898, p. 2).
Finalmente, como ya habíamos apuntado, el Gobierno rechazó el Toxpiro: no era el mejor momento ni los EE.UU. el enemigo más oportuno. Mientras Manuel Daza seguía desarrollando su Toxpiro en solitario, ya sin el apoyo gubernamental, Antonio Meulener pasaba sospechosamente a la Fábrica de Armas de Toledo, comisionado por el Ministerio de Guerra, para seguir desarrollando el mismo invento (Isabel Sánchez, J. L.).
Acabada la guerra, en 1901 y tras dos años de desarrollo, terminó Meulener sus trabajos para la aplicación de ciertos explosivos para un torpedo aéreo que presentó al ministro de Guerra Valeriano Weyler (Noticias varias, 1901, p. 2). Los trabajos de Meulener en su “torpedo aéreo”, como él lo llamaba, se mantuvieron en total secreto debido a su importancia (Impresiones, 1901, p. 2), sin embargo los resultados debieron de ser muy satisfactorios pues en 1902, ya acabadas las experimentaciones, se le recompensó con la cruz de primera clase del Mérito Militar “por la aplicación, constancia y buen deseo demostrados, dedicando gran trabajo a la resolución de un importante problema de balística, inventando un mixto que produce fuerza motriz utilizable para lanzar proyectiles” (Movimiento del personal, 1902, p. 2). También en 1901 Daza probó su invento aunque con resultados muy dudosos debido, sin duda, a la falta de respaldo del Gobierno. Todo un año habían permanecido Daza y su Toxpiro olvidados tras los muros de su hogar en las afueras de Yecla hasta que una entrevista de José Martínez Ruíz –Azorín– los devolvió a la escena pública. Las tan esperadas pruebas del murciano se desarrollaron los días 4 y 5 de agosto ante una comisión técnica formada por militares, ingenieros y periodistas que fueron testigos de las erráticas maniobras de los imprecisos cohetes de Daza, el cual abandonó definitivamente su invento y se trasladó a Sanlúcar de Barrameda, entregado hasta su muerte en 1915 a su pasión por la electricidad.
Volviendo con Meulener, a la par que desarrollaba en secreto sus trabajos balísticos, retomó la invención de aparatos más sencillos como una regla criptográfica en 1908, ya con el grado de capitán ayudante del teniente general Agustín de Luque y Coca, por la que fue recompensado con la Cruz de segunda clase del Mérito militar con distintivo blanco (Disposiciones generales, 1908, p. 2), o la patente de un producto industrial llamado “fibroide refractario” (Registro de patentes, 1909, p. 8).
En 1911 fue nombrado Jefe del Negociado de Prensa en el Ministerio de Guerra (Noticias generales, 1911, p. 3) por su antiguo superior, ahora ministro de Guerra, Agustín de Luque y Coca, sin embargo las experimentaciones con los gases de su “torpedo aéreo” habían agravado sus problemas de salud y le habían provocado tuberculosis –recordemos que el Toxpiro desprendía gases tóxicos–, por lo que pasaba largas temporadas apartado de la capital en su Algeciras natal.
Al año siguiente desarrolló la última prueba de su “torpedo aéreo” en los Montes de Toledo ante la mirada del general Bermúdez de Castro, el cual recogió la experiencia de esta manera:
Una tarde, sentado a la puerta del edificio donde estaba el casino de la Gran Peña, díjome mi amigo: “Ya sabes que estoy enfermo incurable; la tuberculosis me mata más de prisa de lo que esperábamos los médicos y yo; tengo fiebre constante, más o menos alta, y prisa por ensayar el Tóspiro cuanto antes; le he puesto ese nombre como el más adecuado a su constitución [nótese el humor del algecireño al rebautizar el invento]. ¿Quieres acompañarme a los montes de Toledo?” Mi pobre compañero había contraído su enfermedad durante sus maquinaciones intelectuales y su angustia espiritual, pero sin perder su buen humor andalucísimo y su gracejo, que hasta de la misma muerte se burlaba. En lo más solitario de aquellas soledades instalamos un campamentillo, en una de cuyas tiendas se abrigaban un cañón Krupp, entonces reglamentario, y un proyectil semejante a una granada rompedora. Me llevé, para nuestro servicio, unos pocos cazadores de mi batallón de las Navas, y observando el terreno avisté a varias distancias, esparcidos, dos rebaños de cabras y de ovejas, de burros matalones y mulas inútiles. -Son -díjome mi camarada- para estudiar el efecto que en la atmósfera haga la explosión, pues me temo que el aire se haga irrespirable por mucho tiempo. A los tres días de llegar hízose el primero y único disparo. La Guardia Civil había expulsado con mucha anticipación todo ser viviente de dentro de los montes de Toledo y seguía vigilando los accesos habituales de aquel terreno, dotado de una vegetación salvaje. Intentamos reconocer el campo de tiro, pero no pudimos adelantar más que un kilómetro, y eso con extraordinaria fatiga, porque, en efecto, el aire era irrespirable. A los treinta días penetramos 15 kilómetros, sin sentir más que pequeñas molestias en la garganta y lagrimeo en los ojos. Meulener tenía alta fiebre todas las noches, y su aspecto me alarmó de tal manera que le convencí a renunciar a más reconocimientos y regresar a casa. Antes de emprender el regreso reconocí yo solo el campo inmediatamente después de una lluvia, que debió lavar el ambiente: […] no hallé ni un árbol, ni un hierbajo, ni rastro de ganado, ni piedrecilla en el suelo […]; la Guardia Civil me informó que la explosión de la granada había sido como un terremoto, y que de los rebaños no habían hallado ni sangre, ni pelos, ni huesos. (Bermúdez de Castro, 1953, p. 41).
Antonio Meulener Verdeguer murió el 17 de agosto de 1912 con la última voluntad de que fueran destruidos todos los documentos relacionados con su “torpedo aéreo” debido al gran peligro que suponía para la humanidad. El ministro de Guerra Agustín de Luque y Coca comprendió la decisión de su subordinado y amigo y el rastro del Toxpiro, o Tóspiro como le gustaba llamarlo a Meulener, se disipó, como sus gases tóxicos, para siempre.
¿Qué era el Toxpiro y cómo pudo ser su funcionamiento? Si partimos de la base de que sus componentes fueron ideados para la fabricación de una pila o batería eléctrica habría que empezar diciendo que las pilas funcionan con un compuesto químico reductor –el ánodo– el cual se oxida, es decir, pierde electrones que pasan a otro compuesto químico oxidante –el cátodo– que se reduce, necesitándose un puente salino para compensar este proceso de pérdida y ganancia; dicho puente salino pudo estar compuesto en parte por un electrolito de cloruro de amonio –NH4Cl–, utilizado en la pila Leclanché de 1866, que en contacto con otros ácidos y compuestos químicos produce gases tóxicos –como el óxido de nitrógeno, el cloruro de hidrógeno y el amoníaco– y explosiones, algunas sensibles a los impactos como en el caso de su combinación con las sales de plata y con una enorme honda de choque junto al nitrato de amonio –NH4NO3–, características que se ajustan muy bien a lo descrito en la prensa de la época.
Cuando en 1898 el proyecto del Toxpiro se dividió en dos, el precursor Manuel Daza utilizó el compuesto como fuerza motriz, mientras que Antonio Meulener se decantó por mantener su uso como cabeza de guerra. Sea como fuere nunca conoceremos los detalles de su fabricación, debido a los deseos de sus padres e inventores por borrar todo rastro de su peligroso ingenio. Demasiada destrucción, hubieron de pensar, para un mundo sediento de guerra.
Bibliografía
- Anuario militar de España (1892), p. 79.
- Asamblea Federal (1896). La Correspondencia de España, 16 de febrero, p. 2.
- Ateneos y sociedades (1885). La Época, 6 de mayo, p. 3.
- Bermúdez de Castro, L. (1953). “Un rasgo español”, ABC, 17 de julio, p. 41.
- Boletín oficial de la propiedad intelectual e industrial (1892), nº 137, p. 13.
- Centro Militar (1894). La Iberia, 25 de noviembre, p. 2.
- Círculo mercantil (1888). Gaceta Universal, 20 de enero, p. 3.
- Crónica científica (1885). Las Dominicales del Libre Pensamiento, 24 de octubre, p. 4.
- Daza (1898). El Diario de Yecla, 5 de julio, pp. 1 y 2.
- Disposiciones generales (1908). La Correspondencia Militar, 20 de julio, p. 2.
- Impresiones (1901). La Correspondencia militar, 12 de septiembre, p. 2.
- Isabel Sánchez, J. L., “Antonio Meulener Verdeguer”, en Diccionario biográfico electrónico de la Real Academia de la Historia [25/03/2024].
- El cohete Daza (1898). Diario oficial de avisos de Madrid, 27 de junio, p. 1.
- El toxpiro (1898). Boletín Mercantil de Puerto Rico. Órgano de los españoles sin condiciones, 10 de julio, p. 2.
- En el Centro Militar (1885). El Resumen, 8 de mayo, p. 2.
- Insiste Daza (1898). El Heraldo de Madrid, 27 de julio, p. 3.
- Movimiento del personal (1902). La Correspondencia Militar, 13 de mayo, p. 2.
- Moreno Nieto, L. (1973). “Diccionario enciclopédico de Toledo y su provincia (continuación)”, en Provincia. Revista de la Excma. Diputación provincial de Toledo, nº 83, p. 211.
- Noticias (1894). La Justicia, 29 de noviembre, p. 2.
- Noticias (1898). El Liberal, 7 de marzo, p. 2.
- Noticias generales (1885). El Estandarte, 6 de mayo, p. 2.
- Noticias generales (1911). La Época, 6 de abril, p. 3.
- Noticias militares (1885). Gaceta Universal, 29 de agosto, p. 3.
- Noticias varias (1901). El Último Telegrama, 28 de julio, p. 2.
- Registro de patentes (1897). Industria e invenciones, 27 de febrero, p. 12.
- Registro de patentes (1909). Industrias e invenciones, 4 de septiembre, p. 8.
- Sección de noticias (1896). El Correo militar, 1 de diciembre, p. 2.
- Agradecimientos a Inmaculada Martínez y a Francisco Robles por sus nociones básicas de electroquímica.
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